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 Familiares  de cuatro niños palestinos de la misma familia muertos lloran en la morgue del  hospital de Shifa en la ciudad de Gaza, el 16 de julio de 2014 (AFP / Mahmud  Hams)              Por Sara HUSSEIN          testimonios AFP
 GAZA, 30 de Julio de 2014 – Esta guerra en Gaza no es la primera guerra que cubro, ni  siquiera es la primera guerra que cubro en Gaza. He estado en lugares como  Siria y Libia y he visto cosas espeluznantes que son normales en un conflicto  armado. He visto niños muertos antes, pero nunca como en esta guerra en Gaza.  Nunca tantos, nunca tan seguido.
 Todo el  mundo ama a sus hijos, y en Gaza no es diferente. Pero aquí hay un afecto  especial hacia ellos, un orgullo que está por encima del celo por la privacidad  o de la modestia. Todos quieren mostrarte fotos de sus hijos. Los hombres sacan  sus móviles incluso más rápido y con menos reparos que las mujeres. He visto  fotos de la mayoría de los hijos de los trabajadores del hotel donde me alojo.
 
 Mi recepcionista favorito, Ayman, tiene dos hijas, una de las cuales tiene su  misma hermosa piel y sus ojos claros. El barbudo y sonriente vigilante Mahmud  tiene tres varones, de los que el menor, me contó con una mezcla de orgullo y  vergüenza, es tan “hermoso como una niña”.
 
            
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 |  Los niños  están por todas partes en Gaza. Revolotean a tu alrededor en los campamentos de  refugiados y en las escuelas que gestiona la agencia para los refugiados  palestinos de la ONU, la UNRWA, donde más de 160.000 personas han buscado  abrigo tras huir de sus hogares. 
 Muchos de ellos son audaces y curiosos, te  extienden resueltamente la mano para que los saludes, te preguntan tu nombre,  te preguntan sobre tu familia, de dónde vienes… Dos hermanas en una escuela en  Gaza revolvieron dentro de mi bolso buscando algo con que entretenerse, y  terminamos jugando un juego de palmas.
 Otros, en  cambio, permanecen callados de una forma que parece ir más allá de un mero  rasgo de personalidad. En la misma escuela, una pequeña pelirroja con enormes  ojos estiró su mano en gesto de saludo, pero en vez de sacudir la mía cuando  respondí se me aferró muy fuerte.
 
 Me dijo que se llamaba Yasmin, pero fue lo  único que logró decir. Me siguió por toda la escuela mientras yo entrevistaba a  algunas personas, y luego vino y se me sentó muy cerca mientras yo esperaba en  la sombra a que comenzara una rueda de prensa. No quería hablar, solo sentarse  en silencio a mi lado.
 Lloraba mientras tomaba notas              Era  difícil mantener la compostura en la morgue mientras el personal se movía  alrededor de los tres niños y un cuarto que había sido trasladado allí después  de morir en otro hospital. Logré entrar a la morgue antes que el tumulto de  periodistas, y me quedé quieta en una esquina observando cómo trabajaba el  equipo y cómo los familiares, que presenciaban la misma escena que yo,  oscilaban entre la rabia y el dolor más absoluto. Seguí tomando notas y  observando, pero lloré mientras lo hacía. Y cuando escribí sobre esto más  tarde, lloré de nuevo.
 Como los  Shuhaiber, muchos niños fueron bombardeados mientras jugaban en Gaza. El 16 de  julio, estaba transmitiendo un informe desde mi hotel cuando el estrépito de  una explosión me llevó a salir corriendo al patio del hotel.
 
 Cuando llegué ahí,  había un grupo de niños corriendo presos del pánico desde la playa hacia donde  estábamos nosotros. Mientras corrían, cayó entre ellos otro proyectil. Varios  lograron refugiarse en el hotel, donde sus empleados y los periodistas  presentes trataron de calmar su terror y curar a los heridos. Al menos tres  personas resultaron heridas.
 
 Con otros dos periodistas, intenté ayudar a un  niño con metrallas en el tordo. Las ambulancias llegaron y evacuaron a los  heridos. Luego fueron a la playa y encontraron a cuatro niños muertos. Cuando  el pánico pasó, el suelo del patio estaba manchado de sangre y cubierto con  trozos de gasa.
 
            
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 |    Es  difícil dar un cierre a este relato. No hay final feliz. Pero viví un momento  que me quedó grabado por contraste, en la casa de uno de nuestros maravillosos  reporteros en Gaza, Adel Zaanoun. Nos sentamos a la mesa para la cena del  Iftar, la comida nocturna con que se rompe el ayuno durante el mes del Ramadán,  y él insistió en que sostuviera en mis brazos a sus gemelos de dos meses, Adam  y Alma.
 Se les  veía tan pequeños, chillaban y agitaban sus manitas cerradas en puño. Estaban  tan absolutamente vivos que ninguno de nosotros pudo evitar sonreír.
 Sara Hussein es corresponsal de la AFP para  Medio Oriente |